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Día 11 - lunes 11/01/2010 - Puerto Montt-Cochamó

En el barco duermo fatal. Pruebo mil combinaciones: pies sobre mochila, pies sobre asiento, cabeza para un lado, cabeza en hueco pared… pero siempre había algo duro que se me clavaba en alguna parte del cuerpo. Aunque a lo pijo estuve dormitando de 12 a 9.
A mediados de travesía estamos fondeados durante 4 horas a causa de mala mar, así que acabamos llegando a Puerto Montt a las 14:30 después de 20 horas (más las 7 de ayer). Estoy un poco hasta los huevos de tanto barco.
Ya hace horas que empezó a llover en alta mar. En Puerto Montt también llueve.

Hola Puerto Montt
Suerte que encontré un autobús hacia Cochamó en una hora (2.000 $, 3 horas). Realmente no he visto la ciudad ninguna de las dos veces que he estado aquí, pero la verdad es que Puerto Montt no es un sitio muy atractivo.
Aunque aún me quedan unos días en Chile, ya tengo sensación de final de viaje, acentuado por el hecho de que voy a tener que adelantar un día la vuelta porque mi tío me dice que el vuelo del 16 va con bastante overbooking, y no puedo arriesgarme, con los antecedentes que tengo.
En Puerto Varas se sube al bus una guiri rubia que me saluda como si nos conociéramos y en la primera ocasión se pone a hablar conmigo. Se llama Lisa, es alemana y va al mismo sitio que yo, lo que la pone muy contenta porque, entre otras cosas, no habla un pijo de español. Tiene tienda de campaña y me ofrece dormir con ella en un sitio del que habla la LP, en la entrada del valle del río Cochamó. Me parece buena idea.
Cochamó esté en la orilla de un brazo de mar larguísimo que se mete hacia el norte. Como Chiloé, está lleno de bateas y granjas salmoneras. Pero para ir al valle, no nos quedamos ahí, sino que nos bajamos unos pocos kilómetros más allá, en el puente del río Cochamó. No para de llover.

Llegamos a Campo Aventura, un Lodge guapísimo llevado por Kurt, un americano, y su mujer, a la que apenas vemos en los dos días que estamos por allí.

En Chile ye todo así: no uno, sino dos arcoiris
Tienen dos fíos, de 10 y 12 años. Llegaron aquí hace año y medio, procedentes de Sudáfrica, donde tenían un negocio parecido a este. Mientras montamos la tienda (3.500 $ por barba) junto al río y cenamos va apareciendo por allí un dramatis personae de lo más curioso: un chileno y su hija de 12 años, muy majos los dos; una pareja de suizos muy jóvenes, una irlandesa y un alemán. El chileno, que se autodefine como vascófilo (!?), viene de vivir en Seattle a esta zona para poner en marcha un proyecto de permacultura; los suizos están una temporada ayudándole de forma voluntaria; el alemán es policía y lleva aquí varios meses porque es amigo de Kurt; y la irlandesa es domadora de caballos. Están todos aquí en el lodge para celebrar el cumple de uno de los hijos de Kurt. Cuando terminan la cena nos invitan a unirnos a ellos y departimos amigablemente hasta las 0:30.
Al loro: Lisa, la alemana con la que comparto tienda, vive en Curaçao y se dedica a terapia ¡con delfines! para niños con varias discapacidades. La típica movida de la que has oído hablar, pero que no imaginas que vayas a conocer nunca a alguien que lo haga. Lisa es muy maja y está ilusionada con subir al valle de Cochamó a caballo (que, por cierto, cuesta la friolera de 150 €). Yo voy a hacer lo mismo, pero andando.
Espero que pare de llover.

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Yo no fui

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