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Día 03 - domingo 3/01/2010 - Santiago-Vilches Alto

Unos alemanes se levantan pronto y hacen mucho ruido, así que a las 8:00 ya no puedo dormir más. Desayunando (segundo café de esta Nueva Era) charlo con una pareja septuagenaria de Boston y con dos señoras inglesas.
Voy en bici a la estación de autobuses central (metro Universidad de Santiago) para comprar el billete a Talca, pero cuando llego me doy cuenta de que hay varias compañías y los autobuses son muy frecuentes. Entre semana se pueden comprar los billetes en metro Universidad de Chile.
Devuelvo la bici y voy andando a recoger mis cosas en el hostal. Me compro una cerveza bien fría y en el metro le vierto (sin querer) bastante birra a un señor en el pantalón. Marronazo, pero el señor es muy comprensivo. Llego con bastante antelación a la estación de buses, pero me equivoco de andén porque cada compañía está en un patio diferente y al final cojo el mío cuando ya estaba saliendo.
Los autobuses chilenos son cojonudos. Los de trayectos largos suelen tener dos pisos; el piso de arriba se llama “semi-cama” y sus asientos, muy separados de los de delante, se reclinan un montón, pero no del todo. Hay baño (aguas menores), mantas y almohadas y un asistente (azafato). El piso de abajo se llama “cama” y en él los asientos se tumban completamente. Son bastante baratos y muy puntuales. En la ventanilla de venta de billetes puedes comprar unos auriculares por la modiquísima cifra de 250 $ presentando el billete, útil para escuchar las pelis que ponen casi de continuo. No obstante lo dicho, es fácil que una parte del trayecto transcurra bajo un frío glacial y la otra bajo un tórrido calor por el extraño manejo que hacen del aire acondicionado. Aunque son mil veces mejores que los putos alsas, no son perfectos. Los que se parecen a los alsas se llaman “clásicos”. Santiago-Talca cuesta 5.000 $ y el trayecto dura 8 horas.
Los peajes de la Carretera Panamericana están llenos de gente vendiendo movidas. Algunos se suben en los autobuses y se bajan en el siguiente peaje. Compro 6 pasteles a una paisana por una luca (1.000 $) que están bastante ricos.
Pensé que el camino iba a ser más guapo, pero es muy monótono. A mi izquierda quedan los Andes (pre-Andes) y a mi derecha otra cordillera más baja paralela al mar. Sin embargo, vamos por una llanura de varios cientos de kilómetros de largo.
Por todas partes se ven pintadas bien curradas a favor de Piñera, el candidato presidencial de la derecha, pero ninguna de Frei, el candidato de La Concertación, coalición de izquierda actualmente en el gobierno. Si hay que hacer caso de esto, Piñera va a arrasar, como ya hizo en la primera vuelta. Aunque, bien pensado, es como si alguien de fuera cree que La Falange pinta algo en España, a tenor de la gran cantidad de pintadas en las carreteras. Quizás sólo sea que la gente de Piñera está muy ilusionada o que, siendo Piñera dueño de medio país, ponga la pasta que haga falta.

Uno

Otro
Entro en la región del Maule, que es la zona vitivinícola chilena por excelencia, aunque también se ven muchas plantaciones modernas de frutales. Llego a Talca a las 18:00 y alucino: es un pueblo horrible, lleno de tierra y polvo por todas partes, sucio, medio en ruinas… Luego me doy cuenta de que estoy en las afueras del pueblo, así que quizás el centro sea más guapín, pero no me da tiempo a acercarme.

Mambo taxi
En hora y media sale un bus hacia Vilches (3 diarios, 1.600 $, 2 horas). Este ya no es como los de largos trayectos. Se llaman “rurales” y son como los que nos llevaban al cole de pequeños: destartalados y ruidosos. Pregunto a una viajera por alojamientos en Vilches Alto, que es donde está la puerta de la Reserva, y me dice que me aloje en casa de una amiga suya, cuyo marido es guarda, allí mismo, pero no consigue contactar con ella por el móvil. Me parece buena idea, pero cuando llego, llamo a la puerta y me abre una pareja con guaje que ha alquilado la casa. El conductor del autobús me dice que pruebe enfrente. Es un bar-restaurante minúsculo llevado por una pareja muy curiosa, pero majísima: Tito y Lili. Son encantadores, extremadamente encantadores. Me dan de cenar, de beber y de conversar. Y me prestan una tienda de campaña para dormir debajo de unos árboles en su parcela. Cojonudo.

La cabaña de Tito y Lili
Unos familiares están de visita y estamos de tertulia en el bar hasta tarde y luego alrededor de un fuego. Al hijo de 5 años de los familiares le dan el biberón igual que si tuviera 1: en brazos, sujetándole el biberón y quedándose sopa nada más acabarlo. Todo normal si no fuera por el tamaño del guaje, que no cuadra. Por lo visto es lo habitual aquí en Chile.
Una cosa curiosa es que la segunda pregunta que me hacen todos los chilenos que me estoy encontrando es a qué me dedico. Todo dios. La tercera pregunta es por qué he elegido Chile para mis vacaciones. Les extraña que alguien elija Chile, como si cualquier país de los alrededores fuera mejor o más atractivo.
También está aquí un brasileño que viene todos los años por estas fechas. Me cuenta que es policía, jefe de una brigada de 200 maderos. Curra todos los días durante 9 meses y libra 3. No sé por qué, pero me parece un trolero. No me creo nada. Lo remata cuando manifiesta su odio extremo hacia los violadores, especialmente a los de menores, y afirma que él los lleva a un aparte cuando los detiene y les pega un tiro.

Cuánta xenofobia

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