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Día 17 - domingo 17/01/2010 - ¡Más Santiago! ¡Arghhh!

Me levanto con calma (8:30) y me vuelvo a despedir de todo el mundo.
Voy caminando hasta La Moneda buscando un colegio electoral para ver cómo es la movida de votar aquí en Chile. Después de algunas vueltas encuentro uno y en una de las mesas pido que me expliquen el tema.

La cosa es asín (desde el referéndum que convocó Pinochet en 1988): cuando cumples 18 te inscribes en un registro en el distrito que te toca. Escribes tus datos en unos libros muy grandes y le añades la huella del pulgar. Estar registrado no sólo te permite votar, sino que te obliga a ello, bajo pena de multa, a no ser que estés enfermo ese día o por alguna causa más. El voto por correo no existe. Llegas al colegio y das tu número (del 1 al 300, que es el máximo por mesa). Si no te lo sabes te buscan en unos cuadernos escritos a mano que van por orden alfabético. Presentas el DNI y te dan la papeleta con el nombre de los candidatos, uno de los cuales debes subrayar. La propia papeleta se dobla y se convierte en sobre, al cual le pegan un sello para precintarlo. Ese sobre tiene una tira con un número que se separa y se guarda con el resto de tiras en un sobre grande, y el voto se deposita en la urna. A la hora de contar los votos debe concordar el número de votantes registrados que han votado con el número de votos. Todo muy artesanal, pero cada mesa sólo recibe un máximo de 300 votos, lo que evita pucherazos y permite contar los votos rapidísimo.
Durante todo el día no se puede vender ni servir alcohol. De hecho, los supermercados tapan con una cortina negra los expositores de bebida. Por supuesto, los bares no abren.
La ciudad y los colegios están tomados por el ejército. Da un poco de mal rollo ver tanto militar.
Voy al aeropuerto y el mismo cuento: no puedo subirme y el comandante (muy majo también) me dice que es imposible concederme un transportín. Quedan 26 pasajeros en tierra (a los cuales indemnizan con 600 eurazos, que no está nada mal), lo cual significa que mañana se sumarán al overbooking existente y que, en definitiva, va a estar muy jodido otra vez. Estoy un poco acojonado, porque no volar mañana significaría perder 2 días enteros de curro. Uf. Se me ponen los pelos como scorpions.
Vuelta al hostal. Todo el mundo que está al tanto me pone cara de pena.
A las 18:00 ya se empiezan a oír coches pitando por las calles. Como tengo bastante curiosidad por saber quién ganó y cómo se celebra, a las 19:00 salgo a la calle y veo mogollón de gente con banderas de Chile y de… Piñera. Ganó el Piraña, como lo llaman en las pintadas de la calle. Sigo a la gente y veo todavía más militares: antidisturbios a caballo y tanquetas de esas que tiran agua a presión como las que llevamos viendo toda la vida cuando hay noticias de revueltas en Latinoamérica.

En la Plaza de Italia, muy cerca del hostal, están montando un escenario y hay la de dios de gente coreando “se siente, se siente, Piñera presidente”. Sigo avanzando y haciendo fotos y al final consigo trepar a una movida delante del recinto del hotel donde tienen los de Piñera el cuartel general. La calle y el patio del hotel están muy llenos de gente, pero tampoco me parece demasiada, aunque hay varios miles. Una de las cosas que corean es “chi-chi-chi, le-le-le / viva Chile” que no pega un pijo porque la primera parte tiene más sílabas que la segunda, pero luego me fijo y algunos rematan “chi-chi-chi, le-le-le, viva Chile Pinochet”. Toma ya, sin careta ninguna.
El sitio donde estoy encaramado está justo sobre la valla que separa el hotel de la plaza, así que me veo obligado a pasar cosas de un lado a otro: bolsas de confetti, pegatinas, globos, banderas… como si fuera uno de elloa. No me mola, pero me hace algo de gracia.
Una cosa que me parece curiosa es que entre la gente que en la parte del hotel hay muchas chavalinas adolescentes bastante pijinas (cuicas, en chileno) que me recuerdan muchísimo a las hijas del PP: esbeltas, bronceadas, pelo largo con mechas rubias y, por supuesto, pendientes de perla. Al otro lado de la valla, en la calle, está todo mucho más mezclado.

Estoy más o menos 3 horas flipando con la movida (la verdad es que me prestó mucho verlo) y, por fin, después de horas de cumbia por megafonía sin parar (¡horror!), por fin sale Piñera al escenario. Como no dice nada interesante (exactamente lo mismo que diría Frei en su lugar o cualquier político de cualquier sitio) me voy al hostal y charlo con la gente antes de cenar y acostarme.
Como Jesusito pasa de mí, yo también paso de él. Y más.

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